viernes, 12 de febrero de 2016

EL ARTE DE ESPERAR



-¿Iñaki, qué puedo hacer para mejorar antes?
-Esperar.
-Pero algo tendré que hacer…
-Esperar es hacer algo.

Leo este pequeño diálogo que acabo de escribir… ¡y parezco un monje zen!


Lo cierto es que esta situación se repite mucho con las personas a las que ayudo. Al principio se encuentran bloqueadas, atascadas en su problema, sin encontrar una dirección por la que avanzar. Y una vez que empiezan a dar los primeros pasos sienten la necesidad de seguir haciendo cosas que les ayuden a mejorar más, y hacerlo más rápidamente. Es lógico.


Pero hay un concepto que debemos tener presente y que me gusta aplicar en estos casos. Todas las cosas (y las personas) tienen su tiempo. A veces es un poco mayor y otras menor. Lo podemos favorecer, pero no lo podemos forzar. 

Así que para que los cambios se den hay que hacer dos cosas:

1- Poner los medios adecuados
2- Esperar.

Cogemos la semilla, preparamos la maceta con tierra fértil y abono. La plantamos a la profundidad adecuada, cerca de la ventana para que le de el sol, y la regamos con regularidad.


Limpiamos la herida con suero, quizá necesite un punto o dos de sutura. Ponemos con cuidado un poco de desinfectante usando un algodón. Luego una gasa estéril que sujetamos con un esparadrapo.

Acudimos al funeral, rodeado de amigos y familiares. Lloramos, nos despedimos. Hablamos de esa persona querida que nos ha dejado, recordamos sus anécdotas, vemos sus fotos. Tratamos de mantener la rutina en el trabajo, de salir y distraernos a pesar de la pena.

Y entonces esperamos. Esperamos a que la semilla brote, a que la herida cicatrice y a que el duelo y la pena pasen. No importa todo lo que queramos acelerar el proceso. Por triste, molesto, doloroso que sea, todo proceso curativo lleva su tiempo. Y si somos conscientes de esto, sabremos que aunque parezca que no hacemos nada, estamos haciendo algo muy importante: estamos dando lugar a que las cosas sucedan.

Un amigo traumatólogo me decía:

“No hay nada peor para curar una fractura, que alguien empeñado en que el hueso suelde cuanto antes. Le pones la escayola y en cuatro días ya quiere empezar a apoyar la pierna. Hace extrañas contracciones en los músculos, no para de moverla, se masajea alrededor… pensando que así hace algo para que todo vaya más rápido. ¡Pero solo consigue lo contrario! Yo les digo, no hagas nada. No apoyes, con contraigas no muevas. Dile a tus amigos que firmen la escayola, que tus hijos le hagan dibujitos, tacha los días en un calendario, visualiza cómo tus células van soldando e imagínate cuando vuelvas a participar en la carrera del domingo. Y ya está. ¿Te parece eso poca tarea?”.

Visto así es todo un trabajo, ¿verdad?

Quiero señalar algo importante que extraigo de las palabras de mi colega. La espera no es algo pasivo. Es algo que hacemos con voluntad. Sabemos de su utilidad, de su importancia. Y esperamos “intencionadamente”. Visualizamos cómo las células sueldan, la planta brota, las heridas cicatrizan. Hacemos bien nuestro trabajo: ponemos las mejores condiciones y esperamos con la mejor intención.
Cuando todo está dispuesto, esperar, es hacer algo.



FUENTE:
http://www.menteenpositivo.com/historias-alternativas-el-bambu-japones-vs-el-aloe-vera-de-mi-casa/




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