miércoles, 1 de abril de 2015

EMOTIVIDAD



Según sostiene el Dr. Alexis Carrel (premio Nobel de fisiología 1912), en su obra “La Incógnita del Hombre”: “Las emociones violentas actúan sobre las glándulas, aumentando o disminuyendo su secreción, estimulan o detienen dichas secreciones o modifican su constitución química; determinan la dilatación o contracción de las pequeñas arterias, por medio de los nervios vasomotores; y pueden dar lugar a un espasmo de las arterias coronarias, anemia cardíaca y hasta muerte repentina.“


¡Mediten sobre esto, los coléricos! Toda emoción violenta es dañina en alto grado. Y de todas ellas, la iracundia es la mayor y mas peligrosa; tanto por el estado de perturbación que impulsa a cometer actos irreflexivos, como por los estragos que hace en la personalidad del individuo, a más de una considerable energía psíquica y nerviosa que es derrochada estérilmente en detrimento de los recursos vitales; según puede apreciarse fácilmente por el estado depresivo después de un arrebato de ira.



Si serenamente contemplamos a una persona irritada, enfurecida, colérica, en estado de iracundia o arrebato (todas esas formas de locura momentánea) nos producirá asombro. Y ahí, en ésos cuadros, es donde debemos mirarnos y vernos, a nosotros mismos, si por desventura adolecemos de esa tara, cual es la iracundia, en sus diversas manifestaciones, causantes de tantos males. Y aun un simple enfado es perjudicial.



Los enfados son, generalmente, por pequeñeces. Surgen fácilmente en individuos caprichosos y egoístas, debido a la falta de comprensión y tolerancia, que sólo el amor produce. Todo enfado genera una desarmonía vibratoria que afecta a la mente y la facultad emocional del hombre, modificando los sentimientos, y en grado menor modifican también la función glandular. Todo sentimiento de enfado, perjudica a quien cae en esa necedad. ¿Y qué decir de esos casos penosos que, por desventura, son frecuentes en algunos hogares?.



La ira, dentro del hogar, se convierte en un azote, causante de muchos traumas. Y esas manifestaciones duras entre los esposos, o ciertos cónyuges, y a los hijos, cuando irritados reprenden a gritos o castigan por pequeñeces o simplezas de niños, con lo que muchas veces se va creando en ellos complejos, que mucho cuesta superar cuando mayores, si acaso lo logran. Y esa funesta costumbre de amenazar gritando y pegar constantemente a los niños, en vez de razonarles con cariño, con ternura, que es el modo más eficiente en la educación de los hijos, aun en los casos rebeldes.



Hay hombres que se convierten en tiranos en el hogar. Gritan, amenazan, profieren insultos, cometen violencias, atemorizando a los que están bajo su cuidado. Estos individuos no toleran que se les contradiga y exigen la más sumisa obediencia, y cualquier contradicción o simple observación, les saca de quicio. ¡Y luego se quejan cuando los hijos, ya grandes, no les respetan o les desprecian!.



Toda persona impulsiva e irascible, se ofusca fácilmente ante cualquier contrariedad o inconveniencia, ofreciendo un espectáculo penoso con su actitud iracunda, por falta de control sobre su emotividad; mientras que la persona ecuánime, aquella que ha aprendido ya a controlar sus impulsos, reflexiona antes de obrar. Y es a ese estado de ecuanimidad, de superación, que todos debemos aspirar, a fin de facilitar el proceso evolutivo de nuestra realidad espiritual; pues de no hacerlo, tendremos que reencarnar repetidas veces hasta alcanzarlo.



Si no controlamos la emotividad, la irritabilidad irá acentuándose más y más en cada repetición, hasta degenerar en esos cascarrabias insoportables. Conocido es que, los hábitos se acentúan con repetición. Y la iracundia o tendencia a la irritabilidad, altamente dañina, va acentuándose más y más, transformando al irritable en un psicopático crónico. No obstante, esta imperfección, esta tara, es superable mediante el aprendizaje del autocontrol; cuya técnica sencilla, ha sido expuesta en la lección anterior y en la lección veinte del primer curso. Las personas que llegan a aprender cómo dominar la impaciencia, como controlar los impulsos emocionales, pueden conseguir un completo dominio de sí mismos, y con ello evitar toda reacción irreflexiva y violenta.




Sebastián de Arauco




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