martes, 9 de agosto de 2011

Somos Optimistas por Naturaleza



Siempre lo sospeché. Tendemos a creer que el resultado particular será mucho mejor que el promedio. En medio del desorden generalizado pensamos que las posibilidades de perder el trabajo son pocas. No se trata de que, al recordar el pasado, seamos más pesimistas que al anticipar el futuro. No es una cuestión de pasado ni de futuro; se trata de que el futuro deja más puertas a la imaginación y, sencillamente, las aprovechamos.

Lo que estamos descubriendo en los laboratorios es que nos comportamos de forma optimista, aunque la realidad esté indicando lo contrario. Somos optimistas por naturaleza, para no sumirnos en los avatares íntimos provocados por la depresión y el pesimismo.

Evolutivamente, las cosas han sido tan duras que aquellos organismos modelados por corrientes optimistas llegaban en mayor número a buen término. Para poder sobrevivir nos engañamos a nosotros mismos haciéndonos creer que el futuro será más fácil que ahora. Al esperar noticias positivas y generar con ellas imágenes mentales seductoras, desempeñamos una función adaptativa: modelamos el comportamiento presente en función del objetivo futuro.

Estoy seguro que de que a mi y a muchos de mis lectores, lejos de reconfortarnos, este descubrimiento sobre el comportamiento humano nos preocupa. Se puede dar gracias al cielo de que la sobredosis de optimismo nos ayude a deambular mejor por la vida, por el contrario, reventar de indignación ante la perspectiva de tanto escollo atrabiliario que sólo se puede salvar engañándonos a nosotros mismos.

Hace unos años viví de cerca tres historias de amor en un aeropuerto que me impresionaron y que tal vez nos ayuden ahora a calibrar el porqué de la sobredosis de optimismo en nuestro comportamiento.

Un encuentro fortuito entre dos personajes da lugar a un amor profundo, desinteresado y bello. Tanto ella como él constatan que las de su encuentro han sido las horas más bellas de su vida. Pero ella pone término a la historia de amor a la mañana siguiente, invocando un compromiso previo y estable con su pareja.

La segunda pareja en busca del amor también lo había encontrado. Fue irresistible y todo parecía conjugarse: su libertad respectiva y una capacidad de amar generosa. El único problema fue que la educación de los dos -¡ojo!, no solo de ella- les impedía hacer el amor a las pocas horas de haberse conocido. Este hecho supeditaba el nacimiento de un amor tierno a las coincidencias impredecibles de la vida moderna.

En el tercer caso, los dos habían asumido su amor y la infidelidad hacía sus parejas respectivas. Se veían en los aeropuertos de pascuas a ramos y conservaban el calor de sus respectivos hogares. El problema, en este caso, era que cada vez les resultaba más difícil encontrar un hueco en sus ajetreadas vidas.

En el vuelo de regreso volví a sumergirme en la lectura del experimento de los neurólogos que demuestra que funcionamos con una sobredosis de optimismo que nos ayuda, evolutivamente, a salvar los malos tragos. No me extrañaba lo que estaba leyendo. Acababa de vivir tres experiencias de amor seguro, sin engaños, ideados para siempre y que, no obstante no habían podido cuajar. “Si esto pasa con el amor verdadero -pensé para mis adentros-, ¿cómo se resiste la trama de fracasos cuando se confunde amor con deseo, dinero con seguridad o engaño a secas? Definitivamente, hace falta mucho optimismo, a menos que se adapten las reglas del amor a las exigencias de la vida moderna.

Por otro lado, el profesor Martín Seligman, en una de sus investigaciones, estudió 30 profesiones en Estados Unidos para ver la relación entre el optimismo y el éxito, y sólo encontró una en la que los pesimistas tenían más éxito: la abogacía. Es la única profesión dónde los pesimistas triunfan, aunque Seligman apunta un motivo claro. “En Estados Unidos para ejercer como abogado hay que imaginarse la peor catástrofe que le podía haber sucedido a tu cliente, hay que ser capaz de encontrar los monstruos debajo de la alfombra”, dice, lo que está muy bien para ver la parte de la vida menos probable, pero desgraciadamente el pesimismo no es una característica que pueda dejar en el trabajo, el que es pesimista lo es en todos los aspectos de su vida, así que estos abogados triunfadores van por la vida con menos recursos que los optimistas de los que hemos hablado. Tal como recuerda Seligman, el índice de depresiones, suicidio y divorcios entre los abogados es el más alto de Estados Unidos pese a que es la profesión mejor pagada.



Libro “Excusas para no pensar” pág. 90-92, Edit. Destino, Autor Eduard Punset






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