sábado, 28 de noviembre de 2009

TIPOLOGÍAS DE HOMBRES VIOLENTOS CONTRA LA PAREJA


Pedro J. Amor, Enrique Echeburúa e Ismael Loinaz

La violencia contra la pareja constituye un problema grave y creciente, al menos en el número de denuncias. Por ello, ha habido un interés por parte de los psicólogos en establecer tipos de hombres violentos para delimitar con precisión el problema y adoptar las medidas adecuadas.

Desde hace algo más de una década, el debate sobre las tipologías se ha enfocado desde dos puntos de vista. Por una parte, la clasificación de Gottman et al. (1995) propone la existencia de dos tipos de agresores: a) Tipo I: registran un descenso en su frecuencia cardiaca ante una discusión de pareja, se comportan habitualmente de forma violenta con otras personas (amigos, compañeros de trabajo, desconocidos, etc.) y suelen mostrar características antisociales y violentas, junto con dependencia al alcohol o a las drogas; y b) Tipo II: ante una discusión de pareja presentan un aumento de su frecuencia cardiaca (respuesta habitual en la mayoría de las personas), suelen mostrar características pasivo-agresivas, ira crónica y un estilo de apego inseguro, así como algunos trastornos de personalidad (especialmente, por evitación y límite). En el primer caso, se ejerce una violencia instrumental, la conducta agresiva es planificada y no suele generar sentimientos de culpa. En el segundo, por el contrario, se trata de una violencia impulsiva, caracterizada por una conducta modulada por la ira y que refleja dificultades en el control de los impulsos o en la expresión de los afectos.

Por otra parte, el grupo de Holtzworth-Munroe (1994, 2004) establece tres tipos de agresores contra la pareja:

a) Limitados al ámbito familiar, que centran su violencia en la pareja e hijos y constituyen la mayoría (entre el 35% y el 50%), con una violencia de menor frecuencia y gravedad que en los grupos restantes y sin que haya alteraciones psicopatológicas. Después de un episodio violento suelen arrepentirse y reprueban el uso de la violencia.

b) Borderline/disfóricos (o impulsivos): representan el 15%-25% de los agresores y habitualmente maltratan física, psicológica y sexualmente, con una violencia de intensidad media o alta que, generalmente, va dirigida contra su pareja y otros miembros de la familia. Asimismo, son frecuentes en ellos ciertas características tales como impulsividad, inestabilidad emocional, cambios rápidos de humor e irascibilidad que suelen encajar con el trastorno límite de la personalidad.

c) Violentos en general / antisociales (o instrumentales): suponen entre el 16% y el 25% de los agresores. Hacen un uso instrumental de la violencia física y psicológica, que se extiende más allá del ámbito familiar, para conseguir lo que desean y superar sus frustraciones. Su violencia es de mayor frecuencia e intensidad que la de los grupos anteriores. Son muy característicos el narcisismo y la manipulación psicopática y menos los problemas relacionados con el control de la ira. También es más probable que consuman abusivamente alcohol y drogas y que tengan o hayan tenido problemas legales por sus conductas antisociales.

Estudios más recientes han identificado nuevos subtipos de agresores, como por ejemplo, el antisocial de bajo nivel, o bien se han centrado en otras variables de clasificación, tales como las características psicopatológicas y de personalidad, las etapas y procesos de cambio vinculados a la motivación para el tratamiento, los problemas con el control de la ira, etc.

La identificación de tipologías de agresores, junto con el análisis de otras características intrapersonales del agresor y del contexto, permitirá diseñar el tratamiento más adecuado según las necesidades de cada caso, pudiéndose de este modo mejorar los resultados terapéuticos. Tentativamente se han dado algunas indicaciones terapéuticas en función de las diferentes tipologías:

Para los agresores cuya violencia se limita al ámbito familiar y es de baja frecuencia y gravedad, se pueden abordar estrategias para el control de la ira, así como para la modificación de las ideas distorsionadas sobre la mujer y la violencia; en otros casos, podría ser conveniente la terapia de pareja cuando la violencia sea claramente bidireccional y ambos miembros de la pareja estén de acuerdo en ello.

En agresores borderline habría que centrar la intervención, además de en las distorsiones sobre la mujer y sobre el uso de la violencia, en la regulación de la ira, los celos y la dependencia emocional. En estos casos, estaría contraindicada la terapia de pareja y habría que prestar atención al resto de psicopatología presente (estado de ánimo depresivo, TLP, consumo abusivo de alcohol y de drogas).

Para aquellos agresores con características antisociales, que ejercen una violencia de mayor gravedad y presentan abuso de alcohol o drogas, junto a problemas legales, se recomiendan tratamientos cognitivo-conductuales centrados en cambiar las contingencias de su conducta violenta e intervenciones psicosociales muy directivas, con equipos profesionales amplios y, en ocasiones, en contextos institucionales. Ciertamente este último grupo supone un gran reto para nuestra sociedad y para los profesionales, dado que es el menos receptivo a los tratamientos psicosociales y el que presenta una mayor tasa de rechazos y de abandonos del tratamiento, lo que hace más probable su reincidencia.

Finalmente, algunas de las líneas de investigación más prometedoras son las siguientes: a) examinar la respuesta de diferentes subtipos de hombres violentos a distintos programas de tratamiento y en diferentes contextos; b) analizar la efectividad de diversos tratamientos según la fuente de derivación a tratamiento (voluntariamente versus obligados judicialmente); y c) evaluar la necesidad de intervenciones más amplias mediante programas de tratamiento multicomponentes para aquellos agresores con diversos problemas psicopatológicos (por ejemplo, dependencia al alcohol y drogas, trastornos de personalidad, etc.).

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