martes, 25 de noviembre de 2008

La irritación



¿Qué clase de distorsión se produce a menudo cuando se está irritado?


La etiquetación.


Cuando describe a una persona con la que está furioso diciendo que es un “haragán”, o un “idiota”, o “una mierda”, la está viendo de un modo totalmente negativo. Podría llamar a esta forma extrema de la generalización excesiva “globalizante” o “monstruolizante”. De hecho, alguien puede haber traicionado su confianza, y es absolutamente correcto sentir resentimiento por lo que esa persona hizo. En cambio, cuando usted le pone una etiqueta a alguien, crea la impresión de que esa persona es esencialmente mala. Usted está dirigiendo su irritación hacia lo que la persona “es”.


Cuando cataloga a las personas de esta manera, enumera en su mente cada cosa que le disgusta (filtro mental) e ignora o disminuye las buenas cualidades (descalificar lo positivo). De este modo usted fija un falso objetivo para su ira. En realidad, cada ser humano es una compleja mezcla de atributos positivos, negativos y neutros.


La etiquetación es un proceso de pensamiento distorsionado que le hace sentirse indebidamente indignado y moralmente superior. Resulta destructivo construir su autoimagen de este modo: cuando usted se ponga a etiquetar inevitablemente se abrirá paso su necesidad de culpar a la otra persona. Su sed de venganza intensifica el conflicto y suscita actitudes y sentimientos similares en la persona objeto de su furia. La etiquetación funciona inevitablemente como una profecía que se cumple sola. Usted polariza a la otra persona y provoca un estado de guerra interpersonal.


¿A qué se debe realmente la batalla? A menudo se trata de la defensa de su autoestima. La otra persona puede haberlo amenazado insultandolo o criticándolo o no apreciandolo o no simpatizando con usted o no coincidiendo con sus ideas. En consecuencia, usted puede percibirse a sí mismo en un duelo de honor hasta la muerte. El problema aquí es que la otra persona no es una porquería totalmente inservible, ¡por mucho que usted insista! Y, además, no puede aumentar su propia estima denigrando a otra persona aunque temporalmente de buen resultado. En definitiva, solo sus propios pensamientos distorsionados, negativos, puede arrebatarle el autorrespeto. Existe sólo una persona y sólo una en el mundo que tiene el poder de poner en peligro su autoestima, y es usted. Lo que usted siente que vale puede disminuir únicamente si usted se menosprecia. La solución real es ponerle fin a su absurdo sermón interior.

La lectura de pensamiento

Usted inventa motivos que explican a su gusto por qué la otra persona hizo lo que hizo. Estas hipótesis suelen ser erróneas porque no describen los pensamientos y percepciones reales que motivaron a la otra persona. Debido a su indignación, puede suceder que no se le ocurra comprobar lo que está diciéndose a sí mismo.


Las explicaciones más corrientes que usted podría darse por la conducta objetable de la otra persona serían: “En el fondo es malo”; “Es injusta”; “El es así”; “Es estúpida”; “Tiene maldad”, etc. El problema con estas llamadas explicaciones reside en que son simplemente etiquetas adicionales que en realidad no proporcionan ninguna información válida. En realidad, son directamente engañosas.


Veamos un ejemplo: Joan se irritó cuando su marido le dijo que prefería mirar el partido de futbol que transmitían el domingo por tv en lugar de acompañarla a un concierto. Ella se sintió disgustada porque se dijo: ¡No me ama! ¡Siempre tiene que salirse con la suya! ¡Es injusto!
El problema con la interpretación de Joan es que no es válida. El la ama, y no siempre se sale con la suya, y no está siendo “injusto” intencionalmente. ¡Este domingo en particular juegan dos equipos importantes y él realmente desea ver el partido! No sería lógico que deseara vestirse y salir al concierto.


Cuando Joan piensa de ese modo tan ilógico con respecto a las motivaciones de su marido, crea dos problemas al precio de uno. Tiene que soportar la ilusión autogenerada de que no la aman, además vestirse y salir al concierto.


La magnificación


Si usted exagera la importancia de un suceso negativo, la intensidad y la duración de su reacción emocional pueden resultar completamente desproporcionadas. Por ejemplo, si está esperando el último autobús y tiene una cita importante, puede decirse: “¡No podré cogerlo! ¿No es un poquito exagerado? Puesto que va a cogerlo puede cogerlo, entonces, ¿por qué decirse a sí mismo que no puede? El inconveniente de esperar el autobús ya es bastante molesto sin necesidad de generar más incomodidad y autocompasión de este modo. ¿Realmente disfruta con esa manera de gruñir?


Los debería y no debería inadecuados


Cuando las acciones de algunas personas no son de su gusto, se dice a sí mismo que “no deberían” haber hecho lo que hicieron, o que “deberían haber” hecho algo que no hicieron. Por ejemplo, suponga que se registra en un hotel y descubre que han perdido la anotación de su reserva y ahora no tienen habitaciones disponibles. Usted insiste furiosamente: “¡Esto no debería haber sucedido! ¡Qué empleados tan estúpidos!”.


Lo que causa su cólera, ¿es la falta de alojamiento? No. La falta de alojamiento sólo puede generar una sensación de pérdida, decepción o inconveniencia. Antes de poder sentir ira, debe efectuar necesariamente la interpretación de que tiene derecho a obtener lo que quiere en esa situación. En consecuencia, considera que es una injusticia que hayan perdido su reserva. Esta percepción le hace sentir irritado.


Entonces, ¿qué es lo que está mal? Cuando usted dice que los empleados no deberían haber cometido ese error, está generando una frustración innecesaria consigo mismo. Es lamentable que hayan perdido su reserva, pero es muy improbable que alguno tuviera la intención de tratarlo injustamente, o que esos empleados fuesen especialmente estúpidos. Pero cometieron un error. Cuando usted insiste en querer que los demás sean perfectos lo que consigue es simplemente hacerse desdichado a sí mismo y quedarse inmovilizado. He aquí el quid de la cuestión: su irritación probablemente no hará que aparezca una habitación como por arte de magia, y el inconveniente de tener que ir a otro hotel le afectará mucho menos que el autocastigo que se puede inflingir a sí mismo pensando en la reserva perdida durante horas o días.


Las enunciaciones “debería” de tipo irracional se basan en el supuesto según el cual usted cree tiene derecho a obtener siempre una gratificación inmediata. De modo que las ocasiones en las que no consigue lo que desea le da un ataque de pánico o de rabia, porque adopta la actitud según la cual si no consigue X se morirá o se verá trágicamente privado de la felicidad para siempre (X puede representar amor, afecto, status, respeto, puntualidad, perfección, amabilidad, etc...). Esta insistencia en que sus deseos se vean gratificados en todo momento es la base de gran parte de esa cólera contraproducente. La gente que es proclive a la ira suele formular sus deseos en términos moralistas como éstos: “Si soy bueno con alguien, esa persona debería apreciarlo”.


Las demás personas tienen libre albedrío y suelen pensar y actuar de maneras que a usted no le gustan. Toda su insistencia en el sentido de que deben coincidir con sus deseos no producirá este resultado. Sucede más a menudo lo contrario. Sus intentos para coaccionar y manipular a la gente con exigencias coléricas con frecuencia la alienarán y la polarizarán y harán que tenga menos deseos de complacerlo. Y es así porque a los demás no les gusta que les controlen o dominen, como tampoco le gusta a usted. Su irritación sólo hará que se limiten las posibilidades creativas para resolver los problemas.


La percepción de una injusticia es la causa última de casi todos, o todos, los episodios de cólera. En realidad, podemos definir la cólera como la emoción que se corresponde exactamente con su creencia de que lo están tratando injustamente.


Ahora llegamos a una verdad que usted puede considerar una píldora amarga o una revelación iluminadora. No existe ningún concepto universalmente aceptado de la justicia. Hay una innegable relatividad de la justicia, así como Einstein demostró la relatividad del tiempo y el espacio.


Einstein postuló -y desde entonces se ha comprobado experimentalmente- que no hay “un tiempo absoluto” que sea uniforme en todo el universo. El tiempo puede parecer que se “acelera” o se “desacelera” y varía de acuerdo con el marco de referencia del observador. De manera similar, no existe una “justicia absoluta”. La “justicia” varía de acuerdo con el observador, y lo que es justo para una persona puede parecer injusto para otra. Incluso las reglas sociales y las críticas morales que son aceptadas dentro de una cultura pueden variar considerablemente en otra. Usted puede protestar diciendo que éste no es el caso e insistir en que su sistema moral personal es universal, ¡pero no lo es!.



LIBRO: SENTIRSE BIEN pág 158-161 / AUTORES: DAVID D. BURNS / EDIT. PAIDOS